Por Oscar Peña
En estos días que se cumplen cinco años de la invasión estadounidense a Irak he leído dos libros que desde diferentes perspectivas –una política y la otra cultural- analizan con sentido agudo y descarnado las razones y las devastadoras consecuencias de este acontecimiento bélico que contradice todos los principios de civilización.
Uno de esos textos es “Los mongoles en Bagdad”, de la autoría del novelista José Luis Sampedro, miembro de la Real Academia de la Lengua Española, de quién tomo prestado el título para este artículo; y el otro “El ataque contra la razón”, de Al Gore, con el cual ganó el Premio Príncipe de Asturias 2007.
Por el momento comentaré el libro de Sampedro, aunque del texto de Gore adelantaré que pasa factura al gobierno de Bush en forma exhaustivamente documentada. Sobre esta obra escribiré en una próxima entrega.
Sampedro explica cómo las hordas de los descendientes del legendario Genghis Khan conquistaron y arrasaron con el patrimonio de Bagdad, primero en el año 1258 con un ejército de 130,000 hombres al mando de Hülegü; y después, en 1401, con un ejército dirigido por Timur Lenk, Timur el Cojo, más conocido entre nosotros por Tamerlán.
El novelista y catedrático de economía compara cómo los mongoles impusieron su dominio en base al espíritu guerrero que los llevó a instaurar el imperio más grande de la historia, incluido el surgimiento de una dinastía china y cómo, en cambio, los soldados norteamericanos entraron a Bagdad sobre sus tanques blindados, después de bombardear la ciudad sin misericordia.
Aunque ambas son acciones bárbaras, a juicio del escritor español hay una marcada diferencia. Y es que los mongoles luchaban acordes con unas convicciones y usos medievales. “Los actuales invasores, en cambio, –razona Sampedro- violan los principios de la civilización moderna, como si no se hubieran promulgado en los últimos siglos la propia Declaración de Independencia, los Derechos del Ciudadano, los Derechos Humanos y tantas leyes internacionales. De esta época sólo tienen una técnica infinitamente superior a la de los mongoles, y con ella se han rebajado a un nivel inferior de la Historia, engañando a su propio pueblo con falsas justificaciones para robar bienes y tierras y matar a sus dueños”.
En un símil que bien pudiera enarbolarse en una de las pancartas de los millones de ciudadanos que protestan en todo el mundo contra la ocupación a Irak, el escritor español expone:
“Los mongoles luchaban arriesgando su vida, viviendo con tremendo heroísmo el choque de las batallas; los de ahora manejan mecanismos desde un lejano buque o desde un avión inalcanzable y aniquilan vidas y riquezas impunemente y sin grandeza…¿No salta a sus ojos la abismal diferencia?”
Para justificar la invasión a Irak, el gobierno de George Bush mintió descaradamente. Dijo que Saddam Hussein tenía armas biológicas y resultó ser mentira. Denunció que Al Qaeda y el régimen de Saddam eran aliados. Nada más falso, uno no tenía nada que ver con el otro. Por el contrario eran irreconciliables enemigos.
Sucesivamente Bush desató una mentira sobre otra. Todas las supuestas pruebas que aportó en 2003 al Consejo de Seguridad de la ONU, para justificar la invasión, eran falsas. La única verdad era que a su gobierno le interesaban los campos petroleros iraquíes.
En lo antes expuesto coinciden Al Gore y Sampedro. Y más aún, podría decirse que ambos, por caminos diferentes, subrayan la tesis del escritor español de que como resultado de la política de Bush “emerge una psicología presidencial apoyada en dos hondas convicciones: primero, un fundamentalismo religioso que no le impide apoyarse en la Biblia para ordenar matanzas y, segundo, una ideología de tipo imperialista y mesiánica”.
El resultado de estos cinco años de ocupación del territorio de Irak ha sido un pueblo y una cultura milenaria destruidos, cientos de miles -quizás millones- de iraquíes muertos, 4,000 soldados y otros 1,500 contratistas y civiles norteamericanos muertos, y un país más inseguro, pero sobre todo más proclive al terrorismo, propósito que según Bush, persigue combatir su gobierno.
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