por Juan Puig, Letras libres
La capital de Inglaterra es Londres, no London. La de Rusia es Moscú, no Moskvá. La de Baviera es Múnich, no München. Y la antigua capital de Carlomagno era –y existe– Aquisgrán, no Aachen ni Aix-la-Chapelle. La capital de China, en español, es Pekín, aunque en chino mandarín –transliterado allá al alfabeto latino– sea Beijing ( “capital del norte”, que se pronuncia aproximadamente “peiying”).
Cuando el nombre de una ciudad (y de cualquier cosa) tiene un modo de decirse en español, digámoslo en español. En la transliteración de Beijing, la be no es la nuestra, ni la jota, ni desde luego las vocales: esa palabra no está en nuestra lengua. El nombre de Pekín, en cambio, ha existido en español por siglos. Las Academias de la Lengua Española y la Real Academia Española publicaron en 1999 una Ortografía de la lengua española donde todas esas instituciones estuvieron de acuerdo, entre ellas la Academia Mexicana. Este manual ofrece dos listas ejemplares de toponímicos en español, y allí figura precisamente Pekín.
Las agencias noticiosas internacionales, cuando la matanza de la Plaza Tiananmén (4-VII-1989), pusieron de moda llamar Beijing a Pekín, y muchos creyeron que el Estado chino había cambiado oficialmente el nombre de su capital –como sí hizo en 1928, cuando la bautizó Peiping (??, “paz del norte”; en otros tiempos se llamó también Tatú, Chongtú, Kanbalik, Suntién...). ¿Qué tal que pidiéramos a los hermanos chinos que en sus textos escribieran la palabra “México”, no con el ideograma –y metáfora– tradicional que para ella acuñaron hace buen tiempo? (“Mò”, “pincel”), sino tal como nosotros la usamos, con letras romanas y acento? ¿Y que los nombres coreanos hubieran de escribirse al modo coreano? ¿Y los árabes a lo árabe? Con esa extraviada conducta dejaríamos de entender los mapas...
Si en nuestra lengua la be suena a be y la jota a jota, y las vocales a lo que sabemos, la capital de China, con todo respeto, en español es Pekín. Por lo que nuestras letras dan y por lo que entrañan los siglos.
Fuente: www.elcastellano.org
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