Por Oscar Peña
En estos días me ha dado por apreciar la vida y la riqueza de todo lo que me rodea. He pensado que quizás me estoy poniendo viejo, pero llegué a la conclusión que no, que aunque maduro físicamente, estoy rejuveneciendo mentalmente.
La anterior afirmación parece contradictoria, pero no los es. A mis 47 años me gusta la música moderna, conversar con los jóvenes, apreciar sus talentos, virtudes y preferencias. Aprendo de ellos: la jerga en que se comunican, las innovaciones tecnológicas que usan, las cosas que valoran y las que rechazan, los cambios de conducta que se están produciendo en la sociedad en que vivimos. En definitiva, no sólo enseño periodismo y Relaciones Públicas a mis estudiantes en la Universidad, sino que capto lo que ellos indirectamente pueden enseñarme.
Pero especialmente en estos días me siento agradecido de la vida, más sensible, comprensible, tolerante y solidario ante las adversidades ajenas, quizás influenciado por mis lecturas recientes, de contenido filosófico y narrativa de ficción basada en teorías científicas.
Por ejemplo, recientemente leí una novela, que me prestó mi amigo el filósofo Luis O. Brea, titulada La fórmula de Dios, del periodista portugués José Rodríguez Dos Santos, quien hace una narración maravillosa, al repasar las teorías sobre la creación del universo y el uso dado a investigaciones científicas para provocar destrucción y muerte, como fue el caso de la Bomba Atómica, lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki. El resultado: miles de horrendas muertes y secuelas ecológicas de proporciones devastadoras.
La novela de Dos Santos comienza con un diálogo entre Albert Einstein y el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión, en el jardín de la residencia del científico en Nueva York, en 1951, y que es espiado y grabado por dos agentes de la CIA, desde una casa ubicada al frente. La conversación habría quedado registrada en la historia como un encuentro protocolar entre los dos judíos más importantes de su época, sino hubiese sido porque Ben Gurión -político al fin- le propuso a Einstein crear una bomba atómica de bajo costo para la defensa de Israel, a lo que éste, en principio, expresó su desacuerdo. Einstein, no debemos olvidarlo, se arrepintió por el resto de su vida de haber creado la Bomba Atómica que finalmente lanzó Estados Unidos sobre las ya conocidas ciudades japonesas.
Una segunda novela que digiero en estos días es Un año con Schopenhauer, de Irvin D. Yalom, profesor de psiquiatría estadounidense. Esta lectura me ha motivado a revisar algunos pasajes de la obra del más influyente filósofo occidental del Siglo XIX, Arthur Schopenhauer. Después le sigue Friedrich Nietzsche, quien abrevó en la fuente del pensamiento de su compatriota alemán.
Para Schopenhauer la felicidad o no de las personas está determinada por su actitud frente a tres preceptos fundamentales en la vida: lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa para los demás. Para él lo determinante es que miremos hacia nosotros mismos, hacia nuestro interior y actuemos acorde a lo que uno es.
Esa actitud implica no dejar que nuestras vidas estén regidas por los bienes (lo que uno tiene: casas, muebles, dinero y otras posesiones materiales); o por lo que representemos para los demás, es decir, evitar que nuestras vidas -y en última instancia nuestra felicidad- esté subyugada a la opinión que tienen los otros sobre nosotros. Para el filósofo alemán estos dos últimos preceptos (lo que uno tiene y lo que representamos para los demás) no deben marcar el derrotero de nuestra existencia, algo contra lo cual es difícil luchar en esta época de consumismo y devoción por la imagen.
La novela de Yalom (Un año con Schopenhauer), también me condujo hacia Epicteto, un filósofo de la antigua Grecia que vivió parte de su vida como esclavo en Roma, y quien nos exhorta a que veamos las virtudes que poseemos, nuestras capacidades para soportar las adversidades y el don que poseemos para apreciar las bondades de las cosas.
Si lo que diferencia a los seres humanos de los animales es esa racionalidad para entender el uso de las cosas, como observa Epicteto, entonces por qué no apreciar el arte de la creación y la diversidad de todo lo que nos rodea: una obra de arte, una puesta de sol, el furor de las olas del mar, la belleza de un paisaje. Si a los animales les basta con comer, beber y rumiar, para las personas el hecho de disfrutar de una buena comida, degustar un exquisito vino, un concierto o una competencia deportiva, lleva implícito el sentido de la diversión y de la relación con los demás. Si somos capaces de comprender el uso y el sentido de las cosas –virtud de la que carecen los animales-, entonces cabe bien tener presente el llamado del pensador griego: “no te vayas a morir sin ser espectador de tales cosas”.
Coherente con estas reflexiones y con la actitud que deseo adoptar frente a toda adversidad, fue que cuando una compañera de trabajo me expresó recientemente su desilusión por la anomia laboral que atraviesa y la falta de perspectivas inmediatas, la exhorté a contraponer a ese malestar el mérito que tenía de beneficiarse del espectáculo de la vida que le rodea, no sólo material sino también intelectual y espiritual.
Pero además insté a mi compañera de trabajo a comparar su situación actual (trabajo estable, seguro de salud, vacaciones pagadas y otros beneficios) con la realidad que viven otros que carecen no sólo de estas virtudes, sino de una vivienda, de alimento, de salario fijo y de servicios médicos; pero sobre todo le pedí que mirara y apreciara sus propias grandezas como ser humano: gran sensibilidad, buena educación, capacidad profesional, excelentes amigos y buena salud.
No sé si mi amiga captó el mensaje, pero en lo que concierne a mí, en estos días transito por las endemoniadas calles de Santo Domingo, atestadas de carros y anegadas de basura, revestido con una coraza de optimismo y cargado con una alforja llena de motivos para celebrar que existo, que tengo capacidad para apreciar el espectáculo de la vida, para discernir sobre lo correcto e incorrecto y disposición para ser cada día más tolerante y solidario.
2 comentarios:
Le escribo para expresarle que me ha encantado su escrito del blog: Contemplar el espectáculo de la vida.
Comparto con usted ese optimismo. En los últimos meses he atravesado por situaciones muy difíciles, ante las cuales por momendos fui débil y creí que no podría reponerme, y aunque hay penas y males que no se apartarán nunca de mi vida, he aprendido a mirar el horizonte contemplando con más ahinco mis sueños y labrando el camino para alcanzarlos.
He aprendido a ser perseverante y paciente y a entender que la vida es un ciclo que no sabemos cuando acaba, asi que debemos vivir cada momento disfrutando de la magestuosidad de la naturaleza, y del simple hecho de que Dios nos ha permitido estar aquí y conocer personas y lugares que hacen de esta vida algo ameno.
He reflexionado mucho y sé que lo seguiré haciendo. Mostrar a los demás en un simple escrito lo bella que es la vida y como la valoramos, muchas veces es una ayuda a que los demás puedan ver las cosas desde otra perspectiva y avanzar igual o más que nosotros.
Sus reflexiones me han ayudado a comprender un poco más la grandeza de la vida.
Gracias.
Juana Aybar
waoo, que hermoso esta y que tonalidad tan calida de la imagen,profesor esta pero muy muy lindo.
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