“Cada reportero arrastra una estrella, y de él, solo de él, depende que esta pueda brillar”
Por Alejandro González / Entrevista publicada por El Caribe, el 9 de septiembre de 2007.
¿Cómo nació este libro?
¿Cómo nació este libro?
Palabras ajenas es un libro que nació sin pretensiones. Un conjunto de entrevistas hechas en tiempos distintos, que un día fueron organizadas y editadas en un solo ramillete con los auspicios de la secretaría de Cultura y la complicidad de algunos amigos, entre ellos José Rafael Lantigua, Avelino Stanley y Basilio Belliard. Así nació este libro.
¿Cuánto tiempo te tomó llevar a cabo las entrevistas?
Como dije, las entrevistas fueron realizadas en tiempos distintos. Algunas fueron hechas en los primeros años de 1980, como la de Sergio Ramírez, y otras fueron tan recientes como la del escritor colombiano William Ospina, efectuada este mismo año, apenas semanas antes del cierre del libro.
¿Cuáles escritores están en el libro?
Abel Posse y Federico Andahazi, de Argentina; Zoe Valdez, Miguel Barnett, Leonardo Padura
Fuentes y Eliseo Alberto, de Cuba; Mayra Montero, de Puerto Rico; Ana María Matute, de España; Sergio Ramírez y Tomás Borge, de Nicaragua, y William Ospina y Laura Restrepo, de Colombia. Entre todos, dos particularmente me llamaron la atención.
El primero, Tomás Borge. Él venía de una revolución que una vez se convirtió en esperanza de América y tuvo una difícil experiencia de gobierno. Cuando eso sucede, el escritor siempre pierde algo frente a las exigencias del poder. Venía de una nación arrodillada por la guerra, y en la entrevista me confesó sus melancolías, muchas de ellas asociadas a las luchas que libró su pueblo contra el somocismo y me habló con dolor de la soberbia de sus compañeros, los sandinistas, cuando estuvieron en el poder. Una guerra y una revolución son siempre procesos de ruptura de donde nacen nuevos mundos y, como tal, llevan consigo el reto de las grandes noticias. Por eso, sus historias adquirieron para mí tanta relevancia. La otra entrevista es la de la colombiana Laura Restrepo. Ella también viene de una experiencia terrible. Su país está en guerra hace más de cincuenta años y los grandes perdedores son siempre los civiles. Eso ha creado socialmente un solo desaliento llamado Colombia. Un día, a consecuencia de su ejercicio periodístico, Pablo Escobar, el antiguo zar de la droga, la mandó a matar, y eso fue parte de la historia que me contó. Con ella compartí su vieja condición de reportera, en una tarde que nació bendecida por la lluvia. Conversando con ella reafirmé que hay algo común que hermana a todos los reporteros del mundo, un hambre insaciable por conocerlo todo alojada en el instinto, una luz que nunca se apaga, aunque ya no tengas un escritorio en El Periódico, un código secreto para el intercambio de ilusiones.
El primero, Tomás Borge. Él venía de una revolución que una vez se convirtió en esperanza de América y tuvo una difícil experiencia de gobierno. Cuando eso sucede, el escritor siempre pierde algo frente a las exigencias del poder. Venía de una nación arrodillada por la guerra, y en la entrevista me confesó sus melancolías, muchas de ellas asociadas a las luchas que libró su pueblo contra el somocismo y me habló con dolor de la soberbia de sus compañeros, los sandinistas, cuando estuvieron en el poder. Una guerra y una revolución son siempre procesos de ruptura de donde nacen nuevos mundos y, como tal, llevan consigo el reto de las grandes noticias. Por eso, sus historias adquirieron para mí tanta relevancia. La otra entrevista es la de la colombiana Laura Restrepo. Ella también viene de una experiencia terrible. Su país está en guerra hace más de cincuenta años y los grandes perdedores son siempre los civiles. Eso ha creado socialmente un solo desaliento llamado Colombia. Un día, a consecuencia de su ejercicio periodístico, Pablo Escobar, el antiguo zar de la droga, la mandó a matar, y eso fue parte de la historia que me contó. Con ella compartí su vieja condición de reportera, en una tarde que nació bendecida por la lluvia. Conversando con ella reafirmé que hay algo común que hermana a todos los reporteros del mundo, un hambre insaciable por conocerlo todo alojada en el instinto, una luz que nunca se apaga, aunque ya no tengas un escritorio en El Periódico, un código secreto para el intercambio de ilusiones.
¿De todos los escritores que entrevistaste, cuál representó para tí un mayor desafío?
Abel Posse, por su erudición, y los escritores cubanos, por esa manera tan particular en que están permeados por el conflicto político de Cuba. Con Posse conversé largamente sobre literatura. Pero él llegaba de una experiencia terrible, que fue la muerte de un hijo, se sentía culpable y traía consigo toda la tristeza que le dejó aquel acontecimiento.
Hablamos de Julio Cortázar y de Manuel Scorza, hablamos de la dictadura militar argentina y del desarraigo que le ha producido su condición de diplomático de larga data; hablamos del Buenos Aires de los tangos arrabaleros y de los grandes escritores, del nuevo mundo que le procura a sus nuevos libros y de aquel Che Guevara que, convertido en uno de sus personajes literarios, librara una lucha no por instaurar el socialismo, sino por evitarlo. Pero al final afloró la tristeza por el hijo muerto, y así terminó la entrevista. Con los cubanos los retos son otro tipo. Cuba está partida en dos, y sin embargo, sigue existiendo como entidad. Los cubanos son cubanos hasta la muerte, aunque la necesidad los empuje por cualquiera de los caminos del mundo. Los escritores cubanos como los que más, son parte de esa realidad, y el tema de la política, del actual estado de cosas, de la libertad individual y colectiva, de la libertad para crear, es una presencia inaplazable, y a veces conflictiva, en sus conversaciones con los reporteros. Los de la isla son más cuidadosos al momento de exponer sus ideas y no les gustan esos temas, por razones obvias. Los del exterior tienen menos cortapisas para hablar y exponer sus razones, y son más explayados. Y en cada condición hay un reto distinto a la hora de entrevistarlos.
Hablamos de Julio Cortázar y de Manuel Scorza, hablamos de la dictadura militar argentina y del desarraigo que le ha producido su condición de diplomático de larga data; hablamos del Buenos Aires de los tangos arrabaleros y de los grandes escritores, del nuevo mundo que le procura a sus nuevos libros y de aquel Che Guevara que, convertido en uno de sus personajes literarios, librara una lucha no por instaurar el socialismo, sino por evitarlo. Pero al final afloró la tristeza por el hijo muerto, y así terminó la entrevista. Con los cubanos los retos son otro tipo. Cuba está partida en dos, y sin embargo, sigue existiendo como entidad. Los cubanos son cubanos hasta la muerte, aunque la necesidad los empuje por cualquiera de los caminos del mundo. Los escritores cubanos como los que más, son parte de esa realidad, y el tema de la política, del actual estado de cosas, de la libertad individual y colectiva, de la libertad para crear, es una presencia inaplazable, y a veces conflictiva, en sus conversaciones con los reporteros. Los de la isla son más cuidadosos al momento de exponer sus ideas y no les gustan esos temas, por razones obvias. Los del exterior tienen menos cortapisas para hablar y exponer sus razones, y son más explayados. Y en cada condición hay un reto distinto a la hora de entrevistarlos.
Entre todos ellos, ¿hubo alguno que te dejó decepcionado?
No. Todos me contaron su historia y todos me expusieron sus razones. Y para un reportero, todas las historias del mundo, tienen sentido.
¿Qué propósito esperas que cumpla este libro?
El único propósito de un libro, sea de literatura, sea de periodismo, sea de religión, es ayudar a fundar mundos posibles. Este libro, sin embargo, como dice la introducción, es un libro inocente porque nació sin más pretensión que la palabra. Lo único que busca es contar historias, en este caso, la historia de los autores que lo habitan y la historia de su tiempo y de su lugar. Visto así, cada libro es un destino.
Vianco, los profesores universitarios se refieren a ti como uno de los grandes periodistas de investigación de este país. ¿Por qué te has alejado de los medios?
Agradezco a los maestros de periodismo la gentileza de sus palabras, pero quizás sean inmerecidas. Mi alejamiento de los medios ha sido propiciado por la vida misma, que con sus reglas, artilugios y sus arbitrarias maneras, siempre te doblega y te lleva por sus caminos. No olvides nunca que la vida es una seducción, un atrevimiento de marca mayor, y a veces te tienta y te solicita y te lleva a sus lugares. De todas formas, aunque ocasionalmente no tenga un asiento fijo en El Periódico, yo sigo siendo un reportero de corazón, y veo el periodismo casi como un instinto, como una causa sin descanso y como una forma de vivir la vida. Yo llevo siempre una cámara en las pupilas y una libreta de notas en el corazón, y no he tenido que estar adscrito a la nómina de un periódico para contar la historia de los otros, que es, a fin de cuentas, el sentido de la actividad periodística. Y a veces, lo que me falta de recursos, me sobra de libertad. Recuerda que el periodismo bien entendido, sobre todo en la forma más hermosa de ejercerlo -que es la de reportero- no es un empleo, es una seducción, una mirada distinta sobre el mundo, un barco que zarpa cada día en busca de los puertos de la aurora. Y un reportero se parece mucho a un marinero -y hay una reportera llamada Yulendis Jorge que cuando lea estas palabras va a saber de qué estoy hablando y me va a entender-; te puedes bajar del barco, pero no te puedes bajar del mar.
Se rumora que trabajas en un libro de reportajes políticos, sociales y de interés humano, entre los cuales se hallan los trabajos que te censuraron en los medios, esos candentes que nadie se ha atrevido a publicar. ¿Qué hay de verdad en el rumor?
Tengo listo un compendio de reportajes que, al igual que Palabras ajenas, es un libro sin pretensiones. Ante todo, es un melancólico ejercicio de remembranzas y recuerdos, y una particular manera de desandar el largo camino que me llevó hasta ellos. Ese libro está lleno de personajes –es decir, de personas con historia-, como dice la introducción, “unos con disfraces para esconder la vergüenza de sus actos, otros desnudos, sin más pretensiones que la vida y sin más atrevimiento que los sueños”. En efecto, muchos de esos reportajes no tuvieron la suerte de la luz porque muchas veces la ignorancia y el miedo –utilizando el traje de la censura- impusieron su ley. También tengo en camino algunas historias sobre situaciones políticas y sociales contemporáneas, en especial acontecimientos que tuvieron lugar en los doce años de gobierno del doctor Joaquín Balaguer, y un libro de fotografías, que está lleno de aquellos pueblos que se me mudaron en la mirada.
Tú que has entrevistado presidentes, ministros, escritores, gente importante, cuál consideras que ha sido tu mejor entrevista?
Creo que aquella entrevista que una tarde, sentado a la orilla de un río que bajaba de la montaña, le hice al alcalde Mesino, un hombre que me regaló una cordillera y me prestó un caballo para recorrerla. Él me contó su historia y la historia de su pueblo, me habló de las ilusiones perdidas entre las cosechas y de las escuelas que faltan en su tierra. Me habló de la lluvia como un gran acontecimiento, y lo hizo sin ninguna intermediación.
Después que terminó la entrevista, se montó en un hermoso caballo blanco, que se llama Macorís, y se fue en dirección al lugar donde nacen los arcoiris, tocando las notas de un viejo acordeón. Y ese día, con sus respuestas, aprendí que los mejores entrevistados suelen ser aquellos que no mienten ni posan para las cámaras ni son dueños de nada –a lo sumo de un caballo, un machete y un acordeón-, aquellos que no tienen cosas que esconder y responden a los entrevistados con la misma sencillez con que viven, sin más intermediaciones que sus propias querencias y sus propias ilusiones.
Después que terminó la entrevista, se montó en un hermoso caballo blanco, que se llama Macorís, y se fue en dirección al lugar donde nacen los arcoiris, tocando las notas de un viejo acordeón. Y ese día, con sus respuestas, aprendí que los mejores entrevistados suelen ser aquellos que no mienten ni posan para las cámaras ni son dueños de nada –a lo sumo de un caballo, un machete y un acordeón-, aquellos que no tienen cosas que esconder y responden a los entrevistados con la misma sencillez con que viven, sin más intermediaciones que sus propias querencias y sus propias ilusiones.
Hay muchos tipos de reportero. Cuál es tu ideal del reportero?
Yo pienso que en cada lugar donde se esté haciendo la historia, tiene que haber un reportero. Para mí el reportero ideal es el que tiene siempre las botas puestas y siempre está listo para irse detrás de sus historias; el que hace cada reportaje como si fuera el último y vive cada día como si fuera el primero. A fin de cuentas, cada reportero arrastra consigo una estrella, y de él, y sólo de él, depende que la misma deje de brillar. Hace poco conocí a una muchacha con los ojos más bonitos del periodismo nacional; luego conocí su escritura y comprendí que el reportero ideal, el que sabe luchar por sus historias y está dispuesto a todo por ellas, el que siempre está presto a defender su estrella, existe y está naciendo cada día. Está claro que si uno tiene conciencia periodística puede hacer que el reportaje más simple sea una obra maestra de la pasión y que la entrevista más común se convierta en un acontecimiento memorable. Para ser reportero hay que estar siempre enamorado, enamorado de las cosas pequeñas, que a fin de cuentas terminan siendo las más grandes, enamorado de la gente y sus historias y enamorado del camino y sus asombros. Y dudar, siempre dudar, que para eso tuvimos un profesor como Núñez Grassals, y caminar, caminar mucho, que el camino se hizo para los reporteros.
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