Este 25 de mayo se cumplió el quinto aniversario de la tragedia Jimaní, causada en 2004 por el desbordamiento del río Blanco que provocó la muerte de cientos de personas. En aquella ocasión visité la zona, lo cual me causó gran impacto emocional y escribí este poema, publicado en mi libro Danza del instinto.
Hoy he visto cadáveres desnudos
como relicario de un parto de la muerte.
Turbia, negra, enlodada
la noche abrió sus fauces,
guardada estaba entre las piedras,
dormida por el sueño de los deudos,
amainada en el sopor de vastedades
destrozadas.
Hoy he visto la muerte
vestida con un traje escarchado
y velo plateado de rocío.
No vi su rostro, porque
quien ve la cara de la muerte
jamás podrá apartarse de su dedo.
Hoy he visto a un muchacho
con espinas clavadas en el pecho
y morder con sus palabras
la tragedia.
Sonora carcajada de la muerte
como ría despertando de su lecho,
Soliette, río Blanco, Fond-Verrettes o Jimaní,
son dolores comunes de la carne,
pústulas de Dios.
Duele el vientre de la tierra
y llueve
el llanto de la noche.
No hay cosa más terrible
que el ladrido de los perros
cuando sienten la muerte
que se acerca
y no hay nada que lo impida.
Nada que avise de su paso.
En cortejado silencio
descienden cuerpos al Hades
en sueños rotos
como muñecas mutiladas.
Es mayo y no cesa el llanto de la noche.
Es mayo y sin embargo no muere la esperanza.
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