miércoles, 20 de junio de 2007

Un país maravilloso




Lo maravilloso de vivir en un país como la República Dominicana es que nada de lo que ocurra parece sorprender a sus habitantes.

Por ejemplo, algunas de las cosas que suceden en este país de maravillas y que dejaron de sorprender:

Que un capitán y un sargento de la Policía encabecen una banda de asaltantes y que cuando los atrapen la prensa publique la noticia como una nota más, perdida entre páginas.

Que los conductores se salten la luz roja, mientras los policías de AMET voltean la cara para no darse por enterados.

Que un ex secretario de Estado prófugo de la justicia por saquear el erario espere en el extranjero la llegada de un gobierno favorable para retornar al país, candidatearse al Congreso y ganar arrolladoramente una curul.

Que niños reciban docencia debajo de los árboles, mientras se dispendien los recursos del Estado.
Que el Ayuntamiento gaste una millonada replantando los árboles de la ciudad, sin un estudio que avale esa acción.

Que un ciudadano se ahogue en plena calle durante un aguacero (recientemente sucedió en Santiago), debido a lo inservible del alcantarillado.

Que la ciudad se quede sin luz o sin agua porque “desconocidos” se roben los cables del tendido eléctrico y del sistema de acueducto, sin que se impongan sanciones.

Que ciudadanos inescrupulosos se roben la luz eléctrica.

Que la Corporación Eléctrica, a su vez, cobre a otros ciudadanos por la luz no suministrada, es decir por los apagones causados.

Que la Puerta de la Misericordia -donde el patricio Matías Ramón Mella lanzó el Trabucazo de la Independencia Nacional- haya sido convertida en un “meadero” y en una bebentina de romo.

Y mientras todo eso y mucho más a nadie sorprenda ni importe, que hagamos como dijo el poeta Franklin Mieses Burgos: “bailemos un furioso merengue, que nunca más acabe”.

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